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INDALECIO PÉREZ ENTRENA, Cinco pilares


Exposición formada por nueve esculturas de gran formato –cinco pilares y cuatro guardianes– que dialogan entre ellas, como si de una gran puesta en escena se tratase, en perfecta simbiosis, dentro de sus continuas y constantes búsquedas nos trae ahora Indalecio Pérez Entrena (Granada, 1961), escultor desde hace décadas vinculado a Macael, sus últimas creaciones. Unas obras, maduras y equilibradas –tanto en su idea primigenia, en la mente del artista, y su posterior ejecución, como en su concepción simbólica y entidad filosófica–, en las que, en armónica conjunción silente que invita al recogimiento y a la reflexión, la indudable dureza del acero, la presumida fragilidad de la terracota y la azarosa incorporación de materiales encontrados, la arquitectura de raigambre gótica –tan presente en la obra de Pérez Entrena– y la figura humana –en este

caso necesaria y siempre expresiva–, se suman para la presentación visual de, como los define el propio escultor, «los pilares que, a mi entender, sustentan la construcción social: el Conocimiento, la Meditación, la Tierra, la Naturaleza y la Relación».Cinco pilares a través de los que el artista visualiza, ayudándose del lenguaje

universal de los símbolos, cinco conceptos cuyo equilibrio parece necesario para el buen discurrir de los tiempos. De ahí la presencia, sin duda inquietante, de los cuatro Guardianes –rostros masculinos y femeninos en equidad– que, adormecidos, parecen

vigilar la integridad y persistencia en el tiempo de las ideas cuya representación custodian, cual «esfinge que apenas puede ocultar la violencia latente de su función, a la espera del error que condena al hombre», como nos confiesa su creador. Nueve esculturas –ya que el pilar de la Relación carece de guardián, puesto que, como nos recuerda Pérez Entrena, «no hay nada que vigilar o guardar en las relaciones humanas»– donde la acusada geometría de las estructuras de inspiración arquitectónica que sustentan el conjunto –y en las que se hacen evidentes las influencias que en la obra

del escultor afincado en Macael han tenido artistas como Oteiza o Chillida– se conjuga en presente gnómico, con validez atemporal, con lo simbólico de elementos o actitudes vitales conocidos y reconocidos: un libro abierto de cuyas páginas brota una cascada de

letras que infunden Conocimiento al hombre que emerge, aún no en plenitud total, del pilar del que parece querer desasirse; un hombre sentado en el hueco horadado en la estructura que lo soporta –¿o deberíamos decir que a la que él soporta, cual Sísifo?– en

actitud de recogimiento, en continua Meditación ensimismada; unas rocas que, símbolo de la Tierra Madre, inmaculada y anterior al ser humano, se introducen, como manifestación de lo primigenio, en la férrea estructura –aquí blanda e inconsistente– del

pilar imaginado; un hombre cuya ávida mano intenta alcanzar los frutos que la Naturaleza, evolución lógica de la Madre Tierra, le ofrece; o un pilar construido a base de trozos de otras estructuras, tal vez anteriores o incluso contemporáneas, que, como partes de una misma historia/pilar, nos ponen sobre la pista de la Relación que nos une unos a otros en el tiempo, y que, como elementos de un todo –en esta ocasión el concepto de construcción social sobre el que se inspira la serie que ahora nos presenta Indalecio Pérez Entrena– nos hacen confluir.


JUAN MANUEL MARTÍN ROBLES

Director de la Fundación de Arte Ibáñez Cosentino

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