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La ampliación del Museo Ibáñez y el Centro Pérez Siquier


Desde la carretera A-334 que cruza Olula del Río se divisa una cabeza femenina de mármol de ocho metros de altura, con el pelo recogido, y al mirarla de frente –si ello es posible con esas dimensiones- se advierte que sus ojos apuntan al cielo del Poniente, a las montañas de las que se arranca la piedra que da vida a toda esta comarca almeriense.

Esa cabeza se ha convertido en el faro que informa sin género de duda, de la llegada al Museo-Ibáñez-Cosentino, pero para poder acceder a él, aún hay que seguir la carretera un poco más, girar a la derecha y volver por la vía de servicio. La Dirección General de Carreteras sigue sin responder a la demanda de un acceso directo que, a simple vista, no presentaría ninguna dificultad técnica.

A la sombra de la “Mujer del Almanzora”, con Santiago Alfonso, en nombre de Cosentino, la multinacional radicada en Cantoria que se ha hecho patrona de la Fundación que preside el pintor y alma de la misma, Andrés García Ibáñez, iniciamos una visita es una de las mayores colecciones de arte contemporáneo de Andalucía, y al único museo dedicado a un fotógrafo, al Premio Nacional Carlos Pérez Siquier.



La inicialmente denominada Fundación Museo Casa Ibáñez de Olula del Río, es en la actualidad la Fundación de Arte Ibáñez Cosentino, una institución sin ánimo de lucro, creada para la eficaz gestión del Museo Casa Ibáñez y la difusión de sus colecciones y de la obra de Andrés García Ibáñez, así como la conservación, ampliación, divulgación y engrandecimiento de sus fondos, al mismo tiempo que la creación, dotación con fondos propios y gestión de otros espacios museísticos y culturales de especial interés para la Fundación.

Creada en junio de 2005 por iniciativa del Ayuntamiento de Olula del Río e inscrita en el Registro de Fundaciones de Andalucía en 2006 (Resolución publicada en el BOJA número 30 de 2006), originariamente el Patronato de la Fundación, como órgano máximo de la misma, estuvo formado por el fundador del museo, el pintor Andrés García Ibáñez (presidente), el Ayuntamiento de Olula del Río (cuyo alcalde hacía las funciones de secretario de la Fundación) y la Mancomunida


d de Municipios del Valle del Almanzora.

A finales de 2014, tras más dos años de colaboración con el Museo Casa Ibáñez y después de la salida del Patronato del Ayuntamiento de Olula del Río y la Mancomunidad de Municipios del Valle del Almanzora, la multinacional almeriense Cosentino se incorporaba a la Fundación como patrono de la misma. Momento a partir del cual la fundación pasaría a denominarse Fundación de Arte Ibáñez Cosentino y adoptaría su nueva imagen corporativa.

Penetrar en el Centro Pérez Siquier es como hacerlo


en un templo de naves altas y paredes blancas, en las que cuelgan las primeras instantáneas del fotógrafo, oscuras, las de La Chanca, las de los niños descalzos, las de la mujer que maldice haciendo la cruz con los dedos al mirón mientras la criatura se le agarra al pecho del que mama, la de los paraguas, el gato que salta por la ventana, y tantas otras que son historia viva de un barrio de calles falsas y casas de colores.

Y allí, en medio, se alza como una diosa griega, hasta


casi tocar el techo, el torso en escayola que sirvió de molde para la “Mujer de Coslada”, también del maestro Antonio López, que usó para ello –cuenta Ibáñez- a una alumna.

Las gafas del fotógrafo, los ojos que son sus cámaras, y sus colecciones más conocidas, como la de la playa, llena de luz, la de los colores del sur, y como no cabe todo, una sala más en la que tranquilamente disfrutar de toda la obra en diapositivas. Habrá más sitio cuando el centro se amplíe, cuenta Ibáñez mientras en Alfonso detalla que ya hay proyecto, pero está parado mientras no salgan adelante los Presupuestos Generales del Estado. El actual costó 300.000 euros, para asombro de las autoridades públicas que se manejan en millones.

Está prevista la conexión entre esta instalación y el Museo que con paciencia, pasión y dinero, Ibáñez ha logrado convertir en referente del arte español, con los grabados de Francisco de Goya, siempre impresionantes, hasta los indalianos con Perceval y Capuleto como enseñas, pero con los imprescindibles Sorolla, Zuloaga, López Mezquita, Madrazo, Álvarez de Sotomayor, Bejarano… y por no seguir con el listado de lo expuesto, digamos que también están las obras del propio fundador del Museo, con presencia especial de sus “Putrefactos” y otras obras emblemáticas pertenecientes a series como las Canteras, Almería, y algunos retratos.

En una de las salas más amplia pueden verse trabajos de Gilabert, mientras otra que sigue a día de hoy dedicada a Pérez Siquier con fotos de un viaje en tren a gran tamaño, serán trasladas a las nuevas dependencias cuando están listas, y darán paso a un pintor murciano.

Ibáñez entra en el detalle justo de cada obra cuando las pr


esenta, para no abrumar a datos, y también apunta las modificaciones que se han ido realizando a lo largo del tiempo para ir ganando espacio al inmueble inicial. Detrás de las paredes rojas había en algún caso ventanas, en otros terrazas, y en otros quién sabe ya qué.

Un grupo de estudiantes piden hacerse una fotografía con el artista, fuera, en esa especie de patio de Dionisos, aguardan algunos más. El arte, a pesar de las distancias, de las malas carreteras, del escaso apoyo institucional, sigue vivo. Hay esperanza.




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